Mano amiga

Monté a Chingolo, varias veces durante Mayo de 2037

Querido Diario:

Son las 4 y no puedo dormir.  Mis pupilas dilatadas en extremo (una condición o un don que porto desde mi mas tierna infancia) reconocen hasta en la mas negra negritud figuras en las manchas de humedát del techo: una nube, una sartén de teflón, el perfil de Guillermo Nimo fumándose una pipa de crack con boquilla... y allá, escondida es un rincón redóndito de ricota, la sonrisa de Tramonta cual si fuera el gato de Alicia.  Hundo mi mano debajo de la nuca y cavilo sobre los caminos de la vida, que definitivamente no son lo que yo esperaba.

Ayer pasadas las 15.38 llegué a la morada de mi queridísima y verde amiga Gladys (para aquellos que no le recuerden, click aqui y aquí) quien se ofreció a darme casa y comida por unos dias hasta que me esta blezca de manera definitiva tanto psiquica como hormonalmente. Me recibió con su habitual sonrisa, aunque medianamente cambiada ya que el canino superior derecho ha sido reemplazado por un grano de choclo amarillo a modo de diente de oro gonzález y en su mirada perdida faltaba ese brillo de berenjena recién lustrada para la venta.  No ahondé en ese momento en inquiriencias pero definitivamente sí existe algo que destiñe hoy x hoy su verde esperanza.

Pasamos la tarde mirando "Carburando" y sorbiendo unos mojitos de jugo de andáranos y Bardál maxima compresión. Mi futil y tierna amiga escuchó sin mascullar sonido mi historia toda, acariciando entre  sus pequeñas y terrosas manos un zapallo calabaza de gran tamaño y fálica forma que hubiere adoptado como mascota luego de rescatarlo del abandono en una verduleria del conurbano bonaerense. Ni un sonido, solo el eco de los andes y el eco le cuá musicalizaban la catarata de confesiones. 

3.46 a.m. nos dimos cuenta de como pasa el tiempo cuando uno toma antirefrigerantes.  Nos miramos profundamente a los ojos, como quien se mira profundamente a los ojos y nos fundimos en un fraternal abrazo de esos que dicen "yo te entiendo todo".  Casi multáneamente, acarició mis cabellos como quien desfibra un apio para la Waldorf y susurró: "Mañana viene a cenar Anibal.  Es un muchacho que quiero que conozcas" y sin más partió, etérea y estéreo.

Aníbal.  33 años.  Diseñador de sonido para películas mudas, alpinista y mecánico dental. Separado sin hijos, con casa, perro y el 97% de sus piezas dentales originales. Amante del cine, las tardes de frío y la mondiola. Poco uso, recientemente reciclado a nuevo.

La nota de Gladys que descansaba sobre mi camastro venia acompañada por un par de fotos a modo de ilustracion:  Aníbal en el mar, montando una banana acompañado de sus primos y un simpático grupo de travestis de Loncháms; Aníbal con su perro; Aníbal comiendo puré en "El emporio de la Papa frita" (confieso que esta es la que me gano, por su carácter rebelde); Aníbal en su máscara de Luk Es Gay Woker en una convención de comics; Anibal de entre casa, en musculosa de morley y ojotas...

Sigo mirando al techo.  La risotada carente de apendices dentales de Tramonta se va rellenando con los blancos caninos y molares de Anibal.  Y aunque ya no veo signos en las cosas cotidiarias como tontamente hubiere hecho en el pasado, cierro los ojos y decido confiar.